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una gallina quiere volar

Desatascando orificios

Desatascando orificios

De vez en cuando se me emboza el fregadero. Pasan tantas cositas por su agujero cada semana que, poco a poco, van quedándose ahí, ayudándose unas de otras. Si ese trocito de zanahoria hubiese sido el primero, hubiese pasado tranquilamente, engullido por la fuerza de la succión. Pero como ya es el enésimo pedacito de comida medio podrida y remojada con friega platos se queda ahí, y al final no deja que el agua discurra.

 

Llegados a tal punto, uso productos químicos desengrasantes y uno de esos desatascadores tan divertidos que son un palo con una especie de muelle de goma para hacer ventosa. Y todo vuelve a fluir.

 

El alma produce también pequeñas caquitas y pedacitos podridos que expulsamos cuando tenemos los agujeros limpios. Al pasar tiempo, los orificios del cuerpo van llenándose de los desperdicios del sentimiento, los pelos muertos del sufrimiento. Se taponan y empezamos a tener la sensación de que se nos revienta la bilis y el veneno se expande. Es cuando necesitamos un buen desatascador, que ensanche y limpie los agujeros, los lubrique y los suavice, dándoles inmenso placer. A medida que se intensifica la danza primitiva del orificio y el desatascador van desprendiéndose las costras, las pieles muertas, y en cada pérdida, un gemido. Se limpian los ojos con las lágrimas de felicidad, la nariz con el oxígeno que pugna por pasar, las orejas por qué quieren oír el más leve latido, la boca que expele y succiona, la vagina que se expande dando y recibiendo, el ano que la sigue, los poros de toda la piel que sudan hormonas. ¡Límpiate de suciedad!

Progreso-regreso

Progreso-regreso

Volví los ojos del revés de manera que las pupilas miraran hacia atrás, y de esta forma me sumí en un viaje por los recuerdos. Primero analicé los hechos más recientes, rápidamente retrocediendo en la infancia. Vi mi primer beso, esa borrachera memorable, el castillo de Sheera y el Reino Mágico que me trajeron los reyes, el nacimiento de mi hermano, la bañera contra la que me rompí los dientes, mi cuna de barrotes, mi profe de la guardería. Después de eso mi mirada se introdujo en la información grabada en el subconsciente, y me descubrí chupando el pezón de mi madre, saliendo por su vagina, creciendo en su útero oyendo la voz de mi padre. Y el ojo que mira adentro penetró en la memoria genética, la velocidad aumentó de golpe, y me sentí desplazada. Era un mamífero con pelo, era una ave con pluma. Noté mi piel áspera, una gran fuerza, grandes dientes afilados, necesidad de correr. Y me di cuenta que no era tan diferente entonces de ahora. Sólo que mi físico se había hecho más pequeño y mi mente más grande. Y que el nuevo espacio mental sirve para almacenar dudas, neuras, miedos, paranoias. Quizás quiera volver.

para comerte mejor

para comerte mejor

Te miro y lo veo muy claro. Me apeteces. Tus pies, nervudos, llenos de tendones y carne magra son ideales para cocer lentamente con cebolla, tomate y una picada de almendra con un chorro de vino blanco en una cazuela de barro de las de mi abuela.

Entre el tobillo y la rodilla, lo mejor sería cercenar en rodajas de tres centímetros de grueso la tibia y el peroné. Cocinado como un osobucco... el súmum para el paladar.

Los muslos los tienes tersos, apretados. Curados a la sal... ¡qué jamones!

Con tu culo haría carpaccio, lo expandiría en el plato y le echaría virutas de parmesano y un poco de albahaca con aceite de oliva perfumado.

El lomo... nada mejor que empanado, y las costillitas, por supuesto, a la brasa acompañadas de unos pimientos.

La carne de tus brazos la picaría para el sofrito de los macarrones, y de tus dedos saldrían estupendos pinchitos, fritos como sardinillas, me comería las uñas y todo.

La lengua estaría tremenda en salsa hecha con tu propia sangre, y la cabeza la pondría en el horno regada con un buen vaso de cognac.

Las vísceras las cocería a la plancha... nada mejor que comerse tan sanamente corazón, cerebro, hígado y riñones al lado de unos espárragos trigueros muy salados.

El resto de tu sangre la usaría para hacer morcilla, bien coagulada y mezclada con cebolla. Y es que estás tan bueno que es verte y volverme caníbal.

herencia de I fought the law

herencia de I fought the law

Es curioso darse cuenta que algunos hábitos que consideramos normales resulta que no lo son tanto, y otros que consideramos extraños están muy expandidos, cómo leer los botes de champú mientras se defeca (casi todas las mujeres lo hacemos). En el caso de los hombres, el equivalente sería intentar desenganchar los restos de caca de la taza del wc con el chorro de la orina.

 

Tengo que pensar, analizarme para intentar dar con cinco hábitos que puedan parecer extraños, a pesar de que seguramente acabaréis encontrándolos corrientes.

 

Primero- llamar a mis padres cuando voy borracha para decirles cuánto les quiero y lo feliz que me siento.

 

Segundo- Pesarme nada más levantarme y otra vez al salir de la ducha, para comprobar si la suciedad era la causante del “kilito de más”.

Tercero- Ver pelis porno a las cinco de la mañana cuando vuelvo de fiesta y voy toda puesta. Intentar ponerlas en práctica... en ese estado imposible.

 

Cuarto- Las mañanas de los domingos que mi gallo trabaja y me despierto sola bien casi al mediodía abro la luz, cojo el libro de la mesita y leo aproximadamente una hora antes de levantarme.

 

Quinto- Ensayar muecas delante del espejo y comprobar luego su efectividad con algún pobre incauto que me mira desde el otro andén mientras espero el metro. (Y después simular estar concentradísima en la lectura de mi libro).

¿Se tiene que pasar la pelota a alguien? Mejor, de deberes, que cada uno piense en los suyos.

Love song

Love song

San Valentín, vaya. Un montón de parejas cenarán con velas esta noche. Las camas del mundo entero chirriarán veinte minutos, esta noche. Se abrirán estuches con sortijas que deslumbrarán ojos maquillados cuidadosamente. Ramos de flores, chocolate por doquier. Qué presión. Esta noche... ¿Y si resulta que has tenido un mal día? ¿Y si me da un repentino dolor de riñones? ¿Y si nos peleamos?

 

Por si acaso te lo digo ahora, mi canción de amor te da las gracias

 

Por decirme que estoy guapa no cuando yo ya lo sé, sinó cuando lo necesito.

 

Por besarme por la noche cuando crees que duermo.

 

Por abroncarme cuando voy descalza porqué no quieres que me constipe.

 

Por comprar mi queso favorito y dejar que yo sola lo descubra en la nevera.

 

Por hacerme un sitio en tu bañera.

 

Por reírte de los vasos que rompo y sacar los nuevos del armario.

 

Por no hacer bromas cuando estoy triste, abrir los brazos y dejar que te empape la camisa.

 

¡Feliz vida de San Valentín!

Cadena

Cadena

Mi jefe me echó los tejos una sola vez. Fué suficiente para ir cada día más tapada y antierótica al trabajo. Como voy monjil, no me tiran piropos por la calle. Me miro al espejo y no me siento atractiva. Me baja la autoestima. Llego a casa y mi gallo no me ve sexy, se le van las ganas. Se nos baja la líbido. No hay sexo. ¡Tengo que cambiar de trabajo!

Atrápalo

Atrápalo

¡Cuidado! ¡Se acerca! Viene raudo y veloz el fin de semana. Caen los segundos con regularidad implacable, y la caída por el tobogán del viernes lleva cada vez más impulso.

¡Atento! No te despistes. Espéralo para, cuando esté cerca, agarrarlo bien fuerte, que aminore la velocidad. No sea que pase con el mismo impulso y al pestañear ya sea lunes.

Tengo un plan

Tengo un plan

En una hora y cuarto salgo del curro. Todavía hay sol. Dejaré que me acaricie un poco, y cantando twist and shout bailaré hasta casa meneándome ante los maniquís de los escaparates. Abriré la puerta sin dejar de dar vueltas y “come on, come on, come on baby” nos beberemos ese par de botellas de champán que tenemos guardadas desde Navidad, con las burbujas saldremos a la calle. Miraré tus ojos borrosos y con aliento de alcohol te diré sinceramente que te amo.

Cocaína

Cocaína

El otro día oí por la tele que el consumo de drogas actual está llegando a los niveles de los años ochenta.  Si por aquel entonces la principal droga era la heroína, por la que hoy sentimos verdadero terror, el polvo de moda es ahora la cocaína. Muchísima gente la consume, ya no se trata de una palabra prohibida y marginal, todo el mundo tolera las bromas de las “rayitas” y se trata de un tema más o menos normalizado.
En diversos bares se hace posible y natural el esnifar tranquilamente encima de la mesa mientras tomas un sorbo de combinado. Los demás clientes se acercan con naturalidad y te piden un cigarrito mientras tú te mueves entre papelas, tarjetas, rulos y rayas.
La compra-venta puede realizarse mediante pequeños camellos que trapichean un poco y que, a modo de “tele-fato”, te traen el pedido a casa en menos de media hora. Otro modo, y quizá el más habitual, es moverse por la archiconocida Zona Franca dónde la mayoría de portales están permanente abiertos y casi todas las puertas de los pisos llevan ventanilla incorporada. Parece una gasolinera. Paras el coche, cinco minutos, y una vez has repostado se para el siguiente. Casi es un Mac-Auto de la perdición. Y muchos otros se han apuntado al filón de una droga cuyo consumo sube como la espuma y que, además, resulta una de las más lucrativas.
¿Rememoraremos la caída, las muertes, la indigencia y enfermedad de toda una generación golpeada por la heroína? ¿Seremos nosotros los futuros yonkis? ¿Hace falta la equivocación de muchos para la posterior salvación de todos?

Hallazgos internáuticos

Hallazgos internáuticos

jaque

jaque

Llevo una semana enganchada a un best seller de los mejor conseguidos. El ocho. Todo el argumento gira en torno a un legendario juego de ajedrez con grandes y misteriosos poderes y en el hecho que todas las personas que tratan de conseguirlos se convierten en piezas de un enorme juego de estrategia y táctica en el que el tablero es todo el globo terráqueo. La historia en si resulta entretenida, pero lo mejor es la filosofía vital que transmite.

 

Siempre me han afectado sobremanera las películas y los libros que he leído, y durante estos días me he sorprendido más de una vez analizando mi vida como si de una partida de ajedrez se tratara. A veces soy un peón, la reina, un caballo, el rey, o un alfil. Casi nunca una torre. Y me vuelvo blanca o negra según el día.

 

Todos, en realidad, adoptamos actitudes que podrían equipararnos a figuras de este juego, en constante cooperación y batalla con los demás, siempre en movimiento. Adoptamos roles, nos adaptamos al entorno “yo soy yo y mis circunstancias”. Es una cuestión de pura supervivencia.

 

Me pregunto qué pasaría si un día tanta transmutación de identidad terminara con nuestra estabilidad psicológica. O peor... ¿qué pasaría si un día la reina se negase a volver a ser peón?

Se me cayó la cresta

Se me cayó la cresta

Me he levantado una hora antes que de costumbre, ya que esta mañana tenía visita. Y al disponer de tanto tiempo, me he dedicado a contemplar mi figura desnuda ante el espejo. Normalmente sólo me intuyo, no me acuerdo que debajo del pantalón y del jersey hay piel de verdad.

 

Hoy me he mirado desnuda intentando reconocerme. He buscado sin éxito el hueco en forma de paréntesis que quedaba entre el pubis y la rodillas. De pie puedo juntar mis muslos.

 

Debajo del ombligo ha aparecido un ligero canelón. Apenas perceptible, yo sé que la piel ya no se engancha al músculo. Más arriba, no queda ni la sombra de los abdominales que se me marcaban de forma natural.

 

Los pechos se han vuelto un poco gelatinosos con los pezones relajados, mucho más rosados y grandes que pocos años atrás.

 

Girando 180 grados me ahorro la parte de arriba de la espalda, pero hay un cojincillo ahí en la cintura que es preludio de las nalgas. Nunca he tenido un culo espléndido, no creía que pudiese ir a peor. Pero sí, la celulitis se reproduce como un par de ratas en un granero.

 

¿Todavía estoy buena? Sí. Pero quizá pronto no lo esté. No creía que pudiese cambiar tan rápido, pensaba que esa figura que tenía sin esfuerzo era un regalo perpetuo.

 

Y me miro y pienso que esa soy yo, que tengo que memorizarme, quererme, aceptarme y gustarme, que no pasa nada si tienes un par de canelones, lo importante es agitarlos con dignidad. ¿Podré aprender a hacerlo? Es el preludio a poder pasear con dignidad futuras arrugas, canas, carnes más caídas, dentaduras postizas.

 

Y me hace pensar. El problema quizás no reside en dejar de encontrarme atractiva. El problema es no encontrarme joven. Ya no paso por una adolescente nervuda a los ojos de nadie, y eso significa que no me puedo comportar como tal. No puedo emborracharme con calimocho en la calle, no puedo dormirme en el trabajo, no puedo decir que se me olvidó pagar el agua ni la luz, no puedo armar jaleo en un bar e irme corriendo sin pagar, ni romper los buzones de mis vecinos, ni limpiar la casa dos veces al año.

 

Se me cayó la cresta, los pechos, el culo. Se me cayeron las licencias de juventud.

Con ensalada

Con ensalada

Hoy estoy vaga y activa, estoy inquieta y tranquila. Me siento segura e indecisa, pienso en ti, en mi, en todos, en nadie. Tengo ganas de comer y de fumar, de dormir y de bailar. Puedo darte un beso rabioso, una bofetada o un suave mordisco. Quiero hacerlo todo y no quiero hacer nada.

 

Hoy, si no quieres empacharte, sírveme con ensalada.

El asco a las personas

El asco a las personas

Es curioso darse cuenta como hay algunas personas de las que te cambia la percepción a medida que vas teniendo contacto con ellas. Son frecuentes los cambios de malo a bueno: “esta persona primero me daba mala espina, pero mira, ahora me he dado cuenta que es genial”. A mi me pasa, muy poquitas veces, lo contrario, pero es tan sumamente odioso que me marca mucho más.

 

Me suele ocurrir con hombres con los que, de buenas a primeras ha habido una relación magnífica que, poco a poco ha ido mejorando. De repente intentan que las palabras pasen a actos impúdicos, y es cuando se me rompen los esquemas. ¿Me está bien empleado por sonreír y tratar bien a una persona que te caía de puta madre?

 

Lo que me enerva después es la reacción del macho ofendido. Me cabrea, mucho. Con ello consiguen que les pille verdadero asco ¿No saben entender las diferencias? ¿Consideran que las mujeres somos menores de edad en asuntos lúdico-sexuales y que por eso deben ganarse primero nuestra confianza-amistad?

 

Pues atención, caballeros, les informo que no necesito que me inviten a cenar, ni que sean comprensivos con mis problemas, ni que intenten engatusarme. Todo eso viene después. No duden que si les encuentro sexualmente atractivos voy a atacar directamente. Recuedo, una vez, en una discoteca un chico: “Perdona, ¿quieres follar?” Me pareció fantástico que no fuera andándose con rodeos estúpidos y engañosos del tipo “pareces muy simpática” cuando en realidad quieren decir “vaya escote”.

 

Realidad: follé con el que me lo preguntó directamente, mandé a la mierda a los otros. ¿Se han creído que soy un burro que andaré si me engañan con la zanahoria enganchada a la caña?

¡Que te largues!

¡Que te largues!

ahorrarme el metro), y paso por delante del Triangle de Plaça Catalunya. Elevo la mirada y... señor, que horror, un enorme lazo de luces envuelve el gigantesco edificio mientras unos infernales altavoces berrean a todo trapo villancicos, campaneos y guitarreos. Y me acuerdo que todavía es Navidad. Joder, que pesados. Ya compré los regalos, los di, me regalaron los míos, bebí cava, comí gambas y turrón, le pegué al tronco y, por supuesto, fui a misa del gallo. Desde entonces llevo dos semanas trabajando y cada vez que cojo el teléfono me ametrallan los oídos “los peces en el río” y “Blanca Navidad”.  Sumado a la respuesta generalizada: “¿tal persona? Uuuyyy... está de vacaciones, hasta el lunes nada”. Los otros años me encantaaaaaaba la prolongación de estas fechas, pero ahora que estoy trabajando estoy harta, harta, hartísima. Soy una rabiosa y una envidiosa.

Malas jugadas

Malas jugadas

Creo que cuando estaba despistada esta mañana alguien ha aprovechado para introducirme el extremo de una mancha por la oreja. Ha ido metiendo aire y, por la presión, todas las ideas han ido saliendo por el otro pabellón auditivo. Me he dado cuenta cuando ya no quedaba casi nada, pero he taponado el agujero con mi dedo índice para evitar más derramamiento de inteligencia. Este acto ha sido completamente inútil dado su objetivo, pero en cambio ha resultado el causante de que se me fuera hinchando el cráneo; cada vez más lleno de viento. Del doble ha aumentado al triple de su tamaño normal, y después todavía un poco más. He notado como empezaba a elevarme poco a poco, pero más deprisa a medida que se engrandaba mi cabeza.

 

Que suerte la mía, he podido coger el abrigo antes de salir despedida por la ventana, por lo menos no me constiparé. He subido como un globo soltado por un niño a lo alto del patio de luces del edificio, y he seguido elevándome por encima de los tejados de la ciudad. Las corrientes de aire me han trasladado de un lado a otro. Delante de mí el mar, detrás la montaña. Y yo meciéndome y dejándome llevar.

 

De repente ¡au! He notado un pinchazo en el culo. Desde entonces estoy colgada en lo alto de la Torre de Collserola, enganchada por una presilla del pantalón, con mi cabeza cinco veces más grande y el dedo aún metido en la oreja. Quizás por eso crean que soy un muñeco y no han venido a rescatarme... ¡Socorro!

¡Pasa página!

¡Pasa página!

A este año que empieza le pido una página en blanco para poder escribir en ella con lápices de colores.

 

Le pido crecer un poco cada día, conocerme a cada minuto y gustarme más cada segundo.

 

Le pido la mente clara para no agobiarme y no equivocarme en mis prioridades.

 

Le pido quitarme la armadura a medida que pierdo los miedos.

 

Le pido buena suerte y saber apreciarla.

 

Le pido hacer limpieza de mi interior, airear lo que vale y tirar la suciedad y las reliquias, abrir las ventanas del alma para que sople el aire.

 

Y le pido lo mismo para todos vosotros. ¡Feliz año y feliz vida!

Esta hembra tiene la dentadura picada

Esta hembra tiene la dentadura picada

 

 

Me levanté con dolor de cabeza tras una movidísima noche en la que no paré de despertarme y dar vueltas en la cama. Me dormía y ahí estaba ella, midiendo tres metros, enfundada en bata blanca, mascarilla y gorro de quirófano, con los ojos inyectados en sangre. En una mano, una enorme jeringa de metal; en la otra un taladro en marcha con un ruido infernal. Me despertaba cubierta de sudor, y una angustia muy fuerte me oprimía el pecho. Volvía a entrar en sopor y me encontraba atada a una silla ortopédica con correas de piel, mientras ella se acercaba con mirada maligna y riendo como una bruja de las malas malísisimas de las pelis de Disney. ¡Señor, qué noche!

 

 

A las ocho de la mañana quería volver a entrar en mi huevo, le gemí a mi gallo: ¡No quiero ir al dentista, ya no me duele la muela! Pero él erizó la cresta y arqueó las cejas. A mí se me bajó la cola al instante.

 

Tras morderme las uñas y fumarme dos cigarrillos ante la puerta, finalmente pulsé el timbre. Me abrió un ángel. Una enfermera dominicana dulcísima con largas pestañas me llevó hasta el consultorio. Y allí estaba ella, no tenía más de treinta años, risueña, suave y encantadora.

 

Tardó diez minutos en empastarme la muela, en los que casi me relajé. Cuando terminó me dio una piruleta, y salí de ahí jugando a no pisar las junturas de las baldosas, como cuando tenía ocho años y salía del dentista con el chupa-chups metido en la boca.

El vestido

El vestido

Salí de trabajar y me dirigí a toda prisa hacia el salón de estética. Durante una hora vi como mi cuerpo iba transformándose, de unas patas peludas a unas piernas de ensueño, de un pubis paleolítico a una línea realmente sexy, de unas axilas masculinas a unos suaves hoyos bajo los brazos.

 

Vista tal maravilla de la ciencia, caminé media hora a paso ligero para llegar a la tienda donde iba a transformarme de cenicienta a princesa de cuento a golpe de tarjeta de crédito. Cual petty woman, me probé unos doce vestidos y trapitos hasta que al final lo encontré. No era el más llamativo del montón (aunque casualmente sí el más caro), pero fue ponérmelo y dejar de respirar. Ligeramente elástico y con vuelo en las rodillas, se adaptaba a mis curvas como si estuviera hecho de neumáticos de máxima tracción. Y el espejo… ah! El espejo se enamoró de mí nada más terminar de subirme la cremallera. Estuve posando durante unos diez minutos, encantada, embrujada, emocionada.

 

Lo pagué sin sentir dolor, y en el metro iba abriendo la bolsa para mirarlo una y otra vez. En casa, lo colgué en un lugar preferente del armario y le eché una última ojeada, suspirando. ¿Por qué faltará tanto para fin de año?

Corta Navidad

Corta Navidad

Este post lo dedico a todas las personas que trabajan en el día de hoy, como yo. Estoy un poco traumatizada, la verdad. Nunca había tenido que trabajar un 27 de diciembre, que suerte la mía, pero va y llega el año (este mismo) en el que te dicen: ¿vacaciones por navidad? Ja-ja. Es un shock psicológico.

 

Me pregunto que habría hecho durante el día de hoy en caso que hubiese tenido fiesta, y la respuesta es: nada especial. Cierto, no habría ido de viaje, no hubiese visitado ningún museo. Entonces... ¿qué más da estar trabajando o en el sofá rascándose los bajos?