El vestido
Salí de trabajar y me dirigí a toda prisa hacia el salón de estética. Durante una hora vi como mi cuerpo iba transformándose, de unas patas peludas a unas piernas de ensueño, de un pubis paleolítico a una línea realmente sexy, de unas axilas masculinas a unos suaves hoyos bajo los brazos. Vista tal maravilla de la ciencia, caminé media hora a paso ligero para llegar a la tienda donde iba a transformarme de cenicienta a princesa de cuento a golpe de tarjeta de crédito. Cual petty woman, me probé unos doce vestidos y trapitos hasta que al final lo encontré. No era el más llamativo del montón (aunque casualmente sí el más caro), pero fue ponérmelo y dejar de respirar. Ligeramente elástico y con vuelo en las rodillas, se adaptaba a mis curvas como si estuviera hecho de neumáticos de máxima tracción. Y el espejo… ah! El espejo se enamoró de mí nada más terminar de subirme la cremallera. Estuve posando durante unos diez minutos, encantada, embrujada, emocionada.
Lo pagué sin sentir dolor, y en el metro iba abriendo la bolsa para mirarlo una y otra vez. En casa, lo colgué en un lugar preferente del armario y le eché una última ojeada, suspirando. ¿Por qué faltará tanto para fin de año?
1 comentario
noemi -
Felicidades.
No dejes de ser tan simpática.