Fiuuuu

Mi padre me sentó de cara a la pista, y se agachó para hacer entrar mis pies rebeldes dentro de las botas rígidas mientras yo intentaba avistar la enorme superficie blanca y brillante por encima de su gigantesca espalda.
De un salto me puso de pie. Y me dijo vamos allá!. Yo, emocionadísima, intenté andar hacia el hielo. Noté que se me doblaban los tobillos. Asustada, agarré con mi mano entera uno de los dedos de la mano de mi padre.
El primer contacto de los patines con la pista me dio vértigo, resbalé, me precipitaba hacia atrás cuando otra vez esa mano grande como mi espalda sujetó mi caída. Aprendí poco a poco a moverme en ese nuevo ambiente cada vez menos pendiente de ese hombre que sabía que sí estaba pendiente de mí. Y al cabo de una hora patinaba torpemente, pero sola, me reía, me caía y me volvía a levantar.
Después de muchos años vuelvo a encontrarme con algo desconocido y resbaladizo, que me hace mucha ilusión y a la vez un tremendo miedo. Pero mi espalda ya no cabe en la mano de mi papá, y él tampoco está detrás de mí para recoger mi primer espanto. ¿Por qué se supone que tengo que ser ahora más valiente? Si cierro los ojos y dejo de respirar quizás cuando los abra ya estaré riéndome, cayendo y volviéndome a levantar.
3 comentarios
Ivan -
Por cierto, yo no sé patinar xD
De pequeño me rompí la pierna con la bicicleta y nunca más he vuelto a coger una :p
Colibrí Lillith -
Tienes mucha razón, no estamos más preparados ahora que antes para empezar algo nuevo, la primera vez siempre es la primera vez, se haya vivido lo que se haya vivido. No tendrás la enorme mano de tu papá detrás tuyo, vigilándote, pero sabes que si necesitas ayuda en cualquier momento para levantarte, siempre tendrás por allí alguna mano amiga. O muchas.
noemi -
:)